Conozca la historia de emprendimiento y resiliencia, que hay detrás de Fast Liner, una marca vallecaucana que con su línea de ropa masculina, se ha ganado el corazón de los consumidores en la región, gracias a la calidad y variedad de sus diseños.
En tiempos en que nadie hablaba de emprendimiento, un hombre se atrevió a crear una empresa a partir de una buena idea, y cuando nadie hablaba de resiliencia, logró transformar la adversidad en una oportunidad de vida. Así es la historia detrás de Fast Liner la marca que desde hace más de tres décadas acompaña a los caleños y colombianos, amantes del buen vestir.
El protagonista de esta historia es Pedro Luis Mendoza, quien llegó a Cali a sus escasos 17 años de edad, proveniente del Tolima, en la década de 1966, como desplazado de la violencia y con una gran ilusión: montar una fama de carne, oficio que aprendió de su padre, un ganadero que lo perdió todo por la guerra partidista.
Pero dicha ilusión se perdió por falta de oportunidades. Sin embargo, gracias a su capacidad visionaria logró superar los obstáculos que se le presentaron en el camino. Don Pedro no entiende cómo logró salir adelante en un campo del que no tenía conocimiento, el del área textil. Y lo logró, con mucho esfuerzo. Su trayectoria en este campo es un ejemplo a seguir.

Todo comenzó una tarde al regresar a su casa y se encontró con un grupo de amigos y uno de los presentes, en tono burlón comentó: “Ahí viene el negociante, debería mejor colocar una fábrica de camisas”. Lejos de sentirse ofendido por la burla, el hombre se sintió sorprendido por el comentario.
Entonces recordó que una amiga le había hecho un regalo que no había destapado. Era una camisa, y con ojos llenos de curiosidad, se puso a observarla en cada uno de sus detalles.
Al día siguiente, en la mente del joven no había cabida para pensar en famas de carne, sino que empezó a observar de un modo obsesivo las vitrinas de almacenes que exhibían camisas y a detallar a las personas que lucieran esas prendas.
El hilo de la madeja de su destino comenzó a desenredarse, gracias a que una amiga lo recomendó con su padre, dueño de una fábrica de confecciones, para trabajar como operario. Fue así como descubrió, los secretos del negocio. Esa fue su gran escuela.